por Wade E Taylor
Quienes han experimentado a Jesús como su “Salvador” personal reconocen abiertamente que él derramó Su sangre sobre la cruz del calvario en expiación por sus pecados y en alguna medida viven una vida cristiana comprometida. El nombre “Jesús” se ha hecho precioso para ellos.
Entre esos cristianos hay muchos quienes también conocen a Jesús, como el “Cristo.” La palabra “Cristo” habla principalmente de la unción y específicamente de “Uno que es ungido (Jesús)” y también habla de nosotros siendo ungidos como miembros de Su Cuerpo. Este tipo de cristianos han recibido el bautismo en el Espíritu Santo y han desarrollado una sensibilidad a Su presencia. En alguna medida han sido usados en los dones y ministerios del Espíritu Santo.
Hay muy pocos, sin embargo, quienes conocen a Jesús como su “Señor” personal. Estos son aquellos que han crucificado su vida egocéntrica rindiéndole al Señor el derecho de hacer como a ellos les place y se han sometido incondicionalmente a la ley gubernamental de Su Reino. Conocer a Jesús en esta manera es experimentarlo en la plenitud de Su nombre como “El Señor Jesucristo.” Cada aspecto de Su nombre se ha hecho una realidad personal dentro de su experiencia espiritual.
El Cielo no fue designado para ser la “meta” de nuestra experiencia Cristiana, más bien está incluido en nuestra redención como nuestra herencia.
“Porque sabemos que si nuestra morada terrestre, este tabernáculo, se deshiciere, tenemos de Dios une edificio, una casa no hecha de manos, eterna en los cielos. 2 Corintios 5:1
Hay algo más que podemos experimentar que va más allá del hecho de nuestra salvación, de nuestra sanidad y de la llenura del Espíritu Santo. Esto tiene que ver con tener una relación personal activa con Jesús y, como un vencedor, tener parte entre los que serán llamados a las Bodas del Cordero.
“…Bienaventurados los que son llamados a la cena de las bodas del Cordero—“ Apocalipsis 19:9
Este “algo más” de gran valor puede ser añadido a todas las cosas que nos han sido dadas libremente, pero requiere de una acción de nuestra parte. La experiencia de la salvación es esencial para que entremos en el cielo (es necesario nacer de nuevo). Sin embargo, nuestra sumisión al gobierno de Su Reino en el que Jesús se convierte en el “Señor” de nuestra experiencia espiritual, es algo condicional.
“Y decía a todos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame.” Lucas 9:23
Puesto que nuestros caminos son contrarios y “cruzan” Su voluntad para nosotros, debemos morir a ellos si vamos a seguir plenamente a Jesús. Debemos tomar por nosotros mismos esta cruz. Hacemos esto al morir a nuestra “vida egocéntrica” sobre una cruz que Jesús formará para nosotros (Él fue un carpintero).
Este “sí” nos dice que hay una elección que podemos hacer o evitar, libremente sin afectar el hecho de nuestra salvación, no obstante, esta decisión afectará grandemente aquello en lo que nos hemos de convertir ( nuestra posición y función) por toda la eternidad. Si escogemos a Jesús como nuestro Señor, debemos someter voluntaria e incondicionalmente, nuestro cuerpo, alma y espíritu a Él, quien se entregó totalmente por nosotros.
Para hacer esto debemos tomar la totalidad de nuestro ser, todo lo que somos y todo lo que tenemos, incluyendo los “dones” y beneficios que nos fueron dados libremente a través de Su expiación y rendirlos a Jesús. Al morir a nuestros propios caminos y escoger los Suyos para nosotros, estamos tomando nuestra cruz y haciendo de Jesús el “Señor” personal de nuestras vidas.
Experimentar la “salvación” significa que me he arrepentido y he sido limpiado por la Sangre de Jesús. Lo recibí como mi Salvador y habiendo sido salvo puedo testificar: “Tengo a Jesús.” Experimentar el “Reino” significa que he tomado todo lo que Jesús me ha dado libremente más el derecho a mi propia vida, e incondicionalmente se lo he entregado a Él. Ahora, “Jesús me tiene a mí,” y puedo relacionarme experimentalmente con el Señor como mi “Señor Jesucristo.”
En la medida en que uno mi vida con la Suya, me hago uno con Él en la ejecución de Sus propósitos tanto aquí y ahora como en la eternidad. Una vez que he hecho esto, gradualmente llegaré a saber que estoy muy por delante de donde hubiese estado si hubiese tratado de mi propio camino en la vida aparte de Jesús. El requisito para entrar en su reino no está más allá de la capacidad de cualquiera de nosotros.
“Bienaventurados los pobres en espíritu; porque de ellos es el Reino de los Cielos.” Mateo 5:3
Ser “pobre en espíritu” significa que tengo que hacer a un lado todos mis propios caminos y someterme incondicionalmente al reino, a una experiencia de vida del dominio gubernamental. Entonces, cualquier cosa que Él pueda escoger para conmigo, producirá algo de mucho mayor valor que cualquier otra cosa que yo pudiera obtener aparte de Él.
Para hacer de Jesús, específicamente, el Señor de su vida, usted debe:
Primero: hallar un lugar tranquilo en el cual va a estar sólo con Jesús.
Luego, “esperar en el Señor” hasta que usted esté internamente en calma delante de Él. Mientras mantiene una actitud de adoración dé gracias al Señor por Su presencia y dígale que aprecia profundamente Su deseo de comunicarse y relacionarse con usted.
Luego usted estará listo para vocalizar explícitamente su renuncia al “derecho” a su propia vida y a todo lo que pertenece e incondicionalmente volverse a Jesús. Mientras usted hace eso, le está dando al Señor pleno permiso y derecho total para que gobierne la totalidad de su ser, todo lo que usted es y todo lo que usted tiene, como Él escoja. En palabras muy directas, diga a Él:
“Jesús, yo te rindo todo el derecho a mi vida y te declaro El Señor Jesucristo sobre todo lo que soy y sobre todo lo que tengo, también te doy permiso para llevarme a la plenitud de este compromiso, cualquiera que sea el costo o a donde quiera que esto me pueda llevar.”
Desde este momento en adelante pertenezco incondicionalmente a Jesús, y Él puede llevarme a la plenitud de todo el potencial que ha visto dentro de mí.
“Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago…prosigo a la meta, al premio del supremos llamamiento de Dios en Cristo Jesús.” Filipenses 3:13-14
Debido a que le he entrado a Jesús el derecho a lograr esto, Él se ha convertido personalmente para mí en “El Señor Jesucristo” y yo recibiré “el premio del supremo llamamiento de Cristo en Dios.”
“Su señor le dijo: Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré, entra en el gozo de tu señor.” Mateo 25:23