Wade E Taylor
En mis primeros días como cristiano hubo tiempos cuando me sentí espiritualmente entusiasmado y prometí al Señor toda clase de cosas. Sentí que había recibido dirección específica, propósito y claridad, “Al fin estoy en mi camino.” La siguiente cosa que supe fue que me había desmoronado y que toda inspiración y visión espiritual habían desaparecido. Entonces me levanté, me sacudí el polvo y volví al punto de partida de nuevo. Esto se repitió muchas veces.
Quizá este patrón puede haber tenido lugar en su experiencia espiritual o quizá pueda ser un problema actual que usted está procurando vencer. La vida nunca es fácil, todos tenemos altibajos. Ha habido veces cuando he dicho al Señor: “Nunca volveré dudar de ti,” y muy pronto estaba diciendo, “Señor, ¿en donde estás?”
Es tiempo de que crezcamos y sobrepasemos esos patrones, debemos comenzar a movernos hacia arriba y adelante sin vacilación. Es muy importante que permanezcamos sobre “La Roca,” el Señor Jesucristo y que nuestra vida esté escondida “en Cristo.” Si nuestra experiencia espiritual descansa sobre la arena, si estamos confiando en nuestras propias habilidades, cuando las presiones de la vida se incrementen, fracasaremos.
Cuando las dificultades nos afectan, comenzamos a perder nuestra dirección espiritual, pero si podemos permanecer en calma mirando al Señor, reconoceremos que debajo de nuestras vacilaciones hay una capa fuerza espiritual y esperanza que ha sido depositada en nuestro interior a través de nuestra identificación con Jesús en su muerte y en Su resurrección que ha sido confirmada en la paz que vino a nosotros cuando el hizo de nosotros su morada.
Solo necesitamos darnos cuenta de que somos una nueva creación, que todas las cosas pasadas quedaron atrás, que nuestra vida está escondida en Cristo y que nuestra fuerza viene de Él. Como David, deberíamos poder decir: “El Señor es mi luz y mi Salvación….” Salmo 27:1 Si meditáramos en las pasadas victorias que hemos tenido al poner nuestra vida en Sus manos, esto se convertirá en una realidad para nosotros.
Pablo dijo: “Yo prosigo a la meta…” (Filipenses 3:14). Esta “meta” es la obra terminada de Cristo en la cruz del calvario y a nuestro favor. El Señor mira a través de nuestra vacilación para ver si en lo profundo de nuestro ser puede hallar la determinación para presionar hasta el punto en donde nuestras respuestas ya no emergen de nuestra naturaleza Adámica sino de la nueva creación en la que nos hemos convertido.
Muchos de nosotros sabemos que hemos ido tan lejos en nuestra experiencia espiritual como para no regresar y que, a cualquier precio, no tenemos otra elección que presionar hacia adelante. Una vez que nos damos cuenta de que hemos ido más allá hasta un punto de no retorno solo podemos decir: “Señor para bien o para mal, mi vida es tuya.” El Señor se agrada con esto porque Él dijo: “Bienaventurados los pobres en espíritu…” (Mateo 5:3). Esto quiere decir: “Bienaventurados los que han llegado al final de sí mismo, y de sus propias habilidades.”
Somos llamados a ser “vencedores,” sin embargo, no podemos vencer a menos que haya algo sobre lo cual tenemos que vencer. Así, cuando una de esas “leyes espirituales” nos golpea tenemos la oportunidad de negar nuestros sentimientos, rechazar la autocompasión y levantarnos por encima de las circunstancias, como un vencedor.
“Vencer” no significa buscar la derrota del enemigo en nuestra propia fuerza sino más bien reconocer que nuestra naturaleza adámica está muerta y sepultada y que somos una nueva creación en Cristo, empoderada por el Espíritu Santo. Es entonces cuando entramos en la vida de Cristo y vencemos en Su fuerza.
Las varias luchas que enfrentamos cada uno de nosotros son muy reales, no obstante, lo importante no es la “lucha” sino la manera como la vemos y como respondemos a esta. Vivimos en un ambiente mundano en el que toda suerte de cosas lucha contra nosotros y muchas veces parece que hay más contra nosotros que por nosotros. Esto nos da una amplia oportunidad de sentir autocompasión y caer en desesperanza o de levantarnos sobre esas cosas y encontrarnos con nuestro Señor, como vencedores.
Hay un deseo en el corazón del Señor por aquellos que permanecerán firmes sobre la base de la plena redención que Él logró en su favor y confiarán solamente en Su fidelidad. Esto requiere de nosotros un rompimiento de los moldes de nuestras pasadas inseguridades para entrar en el molde de la seguridad de permanecer sentados con Él en Su Trono, a la derecha sobre todo poder y autoridad.
Aquí, mientras descansamos en Su Victoria, el Espíritu Santo quien sacó a Jesús de lo que parecía ser una derrota total, nos levantará también desde nuestro lugar de desánimo y vacilación hacia una victoria en Su presencia.
¿Alguna vez ha sentido, cuando otros experimentan bendición, que “esto” para todo el mundo pero no para mí? Cada uno de nosotros anhela ser amado, apreciado y entendido ya que esto pertenece a nuestra naturaleza.
Puesto que fuimos creados en la “semejanza” del Señor, este deseo está también en Aquel que nos creó. Así, el Señor desea que vengamos a Él solamente y confiemos en la honra que damos a Su redención en nuestro favor. Esas vacilaciones en nuestra fe nos pueden robar de ser capacitados para satisfacer a nuestro Señor.
“De cierto os digo, que si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos.” Mateo 18:3
En relación a nuestra nueva creación de vida, si asimos el potencial que descansa en nosotros ante el Señor, en confianza simple como la de un niño, seremos capacitados para levantarnos sobre las circunstancias que ponemos sobre nosotros mismos y podremos entrar en todo lo que Él ha hecho disponible para nosotros.
Luego podremos caminar en estabilidad y confianza con Él.